Quien tenga el ojo entrenado, puede diferenciar con facilidad un cuadro de Cecchi de uno de Noce. Si bien estos artistas comparten la vida y el taller, desde hace unos 19 años, sus estilos son inconfundibles y particulares. Sin embargo, en esta muestra conjunta, decidieron moverse como lo hace la caballería en el ajedrez, y el resultado es, sin lugar a dudas, fascinante e inesperado.
Las obras a cuatro manos son un experimento, porque de eso se trata el arte, de experiencias, de procesos, de un intercambio que, en este caso, sucede en el mismo tiempo y espacio. Si nos proponemos encontrar la intervención de cada artista, en alguna de estas obras, no tardamos en notar el efecto sorpresa, el movimiento del caballo. ¿A quién pertenece el color, la luz, la profundidad? Los vemos a ambos y al mismo tiempo a ninguno. Pintar a cuatro manos es un acto de fe, por no decir de amor, es confiar en que la mirada extraña sobre lo propio producirá una riqueza, una síntesis, a la que solo puede arribarse de a dos.
No se trata de persuadir, de convencer, sino de estar abiertos a la posibilidad de un diálogo que permita repensar su trayectoria como artistas, su vínculo como compañeros. Nos encontramos ante un caso donde la palabra influencia no da cuenta de la situación, no alcanza, no puede. Cecchi y Noce pintan juntos, a la par, cada uno en su mundo pero las obras se miran de frente, se preguntan, se interpelan, aún cuando ellos no lo advierten. Cada tanto algún color se muda de lienzo, un acento vuela del cuadro de Noce y aterriza en el de Cecchi. Los pinceles se mezclan, las figuras se dicen cosas al oído y cambian de escenario cuando las luces del taller se apagan por la noche. A la mañana siguiente, todo parece estar en el mismo lugar, aunque a simple vista, las apariencias engañan.