¿Qué los reúne? Una muestra de dos implica necesariamente tener respondida esa pregunta. Se nos dan a ver los trabajos de dos artistas, pero la obra es –en este caso- una conversación sostenida a dos manos durante un largo tiempo: hay delante nuestro una escena dialógica, una composición.
Los reúne un tema que como la estructura de la pieza musical aparece, se distorsiona y resurge entre la progresión de ejercicios, bocetos y obras terminadas. Cecchi y Noce pintan tiempo y espacio: nos muestran con delicado y experto saber de qué está hecha la temporalidad cuando se la habita.
Comparten no solo el quehacer, el trabajo del artista, sino las noches y los días: el amor, la casa y el estudio, los hijos. Viven juntos pero lo que ven es cosecha de sus propios ojos, cada uno una mirada. Y por eso, en el espacio ajeno de la galería, las obras de ambos dialogan de una manera inaudita, novedosa.
Paisajes y cuerpos se disponen en la obra de ambos como los elementos centrales de un tiempo habitado; ya las horas que pasan de cuadro a cuadro por la obra de Noce que pinta el estudio, ya el itinerario genealógico-familiar de Polonia a Córdoba en la obra de Cecchi. Si algo es clave para que esta pintura se imponga ante nuestros ojos es que su factura minuciosa convoca con una elegancia sutil la conversación íntima y nos permite acercarnos no como quien espía sino como huésped. La obra de estos artistas es hospitalaria, hace un lugar, se deja completar por la mirada ajena.
Para ambos artistas el tiempo es una preocupación central: el tiempo que pasa, pero también el tiempo que hace. Y esa distinción entre temporalidad y clima tiene en las obras un lazo cromático: los colores del verano, los del otoño, el día pasando por la ventana y volviéndose luz sobre el suelo del taller. El color, para Cecchi y Noce, es puro tiempo vuelto materia.
¿Hace falta decir algo de la infancia? Querría sugerir que no. Sin embargo, necesito expresar que, si algo termina de hacer “lo común” entre los dos artistas, eso son los hijos. La mirada atenta de los padres que los dibujan (atrapándolos amorosamente en un “momento”; ¡otra vez el tiempo!) me recuerda la genial respuesta de James Joyce a la vieja pregunta por qué es aquello que llamamos infancia. Y el poeta dice –como nos lo hacen ver Cecchi y Noce- “la infancia es un conjunto de epifanías”.
El espacio y tiempo tienen un único modo de dejar de ser pura abstracción para volverse experiencia humana: cuando son conjugados como habitar y por lo tanto como construcción. Por eso la obra de estos artistas dice algo sobre el trabajo; porque el espacio para ser verdaderamente habitable es una construcción de vida comunitaria y artesanal. Iván Illich lo enuncia de una manera hermosa y puntual: “El sitio del hombre no es lugar que él ocupa. Es un lugar que él construye. Y lo construido es siempre, su vida”.
Cada cuadro nos interroga sobre lo que vemos, pero también sobre lo que velamos: la propia infancia, los espacios de la vida vivida, el transcurso de los días. Hay entre la obra y quienes la vemos una mutua interpelación, un lugar para pensarnos, una conversación posible.
Daniela Gutierrez
Marzo, 2019