PAULA CECCHI

Si pudiera oír a las mujeres que pinta Cecchi, no escucharía una voz coral, sino la sedimentación de una dimensión colectiva. Voces que adquieren  espesor a través del diálogo que establecen con la tradición de la pintura que las precede y a través de la producción plástica de Cecchi, en las que anclan sus subjetividades con pluralidad de matices incluidos. Son mujeres cuya imagen, pintada por la artista, siempre está en diálogo con la de otras. Y la voz –silenciosa- se siente en el trazo del pincel, el raspado del esgrafiado. Obras polifónicas que como ya dijera Eduardo Stupía se apoyan en “el persistente trípode conceptual de verdad-ficción-simulacro”.

La de Paula Cecchi es una obra peculiar: la destreza del dibujo, su clásico trazo sometiéndose a la fuerza arbitraria de una praxis que la arrastra hacia enunciaciones femeninas donde los territorios ya no son simples géneros (la pintura, el collage, un poema) sino más bien producciones complejas. Complejas como la interioridad femenina, que ahí delante de lo que miro como cuadros, se articula en múltiples modos de una diferencia estético-simbólica respecto a un orden cultural androcéntrico. No reivindico a Cecchi como pintora feminista, ni siquiera –necesariamente- como pintora de mujeres;  es mucho más interesante y sutil su acertada intuición de lo femenino. Su pintura es delicada y la potente labor cromática de la paleta pensada y ensayada, revaloriza el quehacer interior de las mujeres. Y como se sabrá, desde la antigüedad clásica hasta pasado mañana o por siempre; el cuerpo es el lugar, el topos, donde esa experiencia es posible. La artista, entonces, no necesita enmascarar el rastro de los préstamos –simbólicos e icónicos- porque ya los ha hecho suyos, están ahí a la vista de todos, en la belleza de mujeres que nunca es esquiva sino todo lo contrario.

Cada tela (¿qué familia etimológica unirá un género con otro género?) donde Cecchi ha pintado, sigue interrogando la mirada de quienes miramos hasta el punto ciego al que Freud formuló como el mayor enigma de lo humano: ¿qué quiere una mujer?

La exploración y la producción de Cecchi, se ha ido complejizando y completando en pliegues: la sola, la laboriosa, la libertaria, la íntima, madre e hija. Pero alejándose de la prolijidad, la técnica floreció en bellas y precisas tramas que incluso pueden hacer doler, profundiza hasta el extremo la pregunta que –sabemos-, no tiene respuesta.

Las texturas, la floración, el movimiento y la quietud son síncopes de la pose de mujer/es y su hacer. Siempre en tareas –contemplar también lo es, buscar lo es, esperar lo es-  las mujeres de Cecchi son fieles al hacer;  su obra parece decir que se precisan cosas de este mundo y el saber femenino es el de la hechura. La tentación frente a la obra de Cecchi sería pensarla como “realista” cuando es casi todo lo contrario: sobre el lienzo está lo más íntimo, lo más subjetivo, lo más único. Bien miradas, algunas de las pequeñas flores de Cecchi parecen tener gestos, no formas, dicen, hablan y dan que hablar. Se las ve abrirse y posarse sobre faldas y evaporarse en cámara lenta e imagino a la artista pintándolas sin poder parar, como si quisiera conservar para nosotros ese gesto terminándolas antes de que se cierren, como si su pincel las guardase de perderse.  En esos detalles, en los géneros, la luz, lo que pasa fuera del cuerpo encuentro que estas mujeres no excluyen al hombre sino que proponen más bien una conciliación nueva por la cual el dualismo del género se trasciende en la identidad de lo puramente humano. En la secuencia fecunda de la filiación, en la inscripción en una genealogía presente de la vida.

Si empecé este prólogo evocando voces y cierro acercándome definitivamente a los cuerpos omnipresentes en la obra de Paula Cecchi. En cada tela un cuerpo al menos, pero siempre algo se nos escapa, hay algo que la artista y nosotros vamos buscando de cuerpo en cuerpo: sólo indicios en lugar de caracteres, signos, marcas distintivas. Probablemente sea así porque el cuerpo escapa, nunca está asegurado, se deja presumir pero no identificar. Siempre podría no ser más que parte de otro cuerpo más grande que llamaríamos “casa”, “mundo”, y así…incluso podría no ser más que un doble de este otro cuerpo pequeñito y vaporoso que se puede llamar espíritu y que sólo saldrá de su boca cuando muera. Disponemos solamente de indicaciones, de huellas, de improntas, de vestigios. Y los de Paula Cecchi, revestidos y arropados de belleza precisa: arte.

 

If I could listen to the women painted by Cecchi, surely I´d hear not a chorus but the sedimentation of a collective dimension. Voices which acquire their thickness through the dialogue established with the painting tradition preceding them but also through Cecchi´s painting production, in which these women’s subjectivities cling to a plurality of shades. These are women whose images, painted by the artist, are always in dialogue with those of the others. And their voices –silent- can be felt in the stroke of the paintbrush or the scratch of sgrafitto. These polyphonic works –as already stated by Eduardo Stupía- are supported by the “persistent conceptual tripod of truth, fiction and simulation”.

Paula Cecchi´s is a very particular work of art: her drawing skills, her classic stroke submitted to the arbitration of a praxis force that drags her towards feminine statements where territories no longer boil down to the simplicity of genre (painting, collage, poetry) but they are more complex and compelling productions. Complex as feminine innerness that there, in front of what I can see as a painting, can articulate itself in the infinite ways of an aesthetic-symbolic difference in relation to an androcentric cultural order. I do not vindicate Paula Cecchi as a feminist painter –not even necessarily as a painter that chooses to Paint women-, her intuition of the feminine is much more interesting and subtle. Her painting is delicate and the power of her chromatic labor has taken her talent a lot of thought, it has been rehearsed once and again. Her palette reappraises the inner life of her women. And, as it is known since ancient times, the body is the space, the topos where this experience is possible.

The artist, then, does not need to disguise the trace of what she has borrowed -either symbolically or iconically- because those are already her personal belongings; there they are, indeed, exposed to the sight of all within the beauty of women who are never void but quite the opposite.

Each canvas painted by Cecchi still interrogates the gaze of those of us who keep looking until reaching that blind spot that Freud described as the main human enigma: what a woman wants?

Cecchi´s exploration and production has become more complex, completing its deepness by folding and refolding over and over: the lonely, the laborious, the intimate, mother and daughter. But getting away from neatness, her technique has blossomed in beautiful and precise weaves that might also hurt, digging deeper into the question that, we know, cannot be answered.

Textures, blossoming, movement and stillness are syncope of the pose of women and their craft. Always doing –a contemplative attitude is also a way of being busy, looking for what we lack, waiting-; Cecchi´s women are faithful to their doing, her work seems to be saying that things from this world of ours are necessary and that the feminine knowledge is crafting. It might be tempting to think of Cecchi´s art work as “realist”, but it is almost the opposite: on the canvas lies the more intimate, subjective, and unique. Well seen, some of  Cecchi´s little flowers seem to have gestures, not shape; they say even without talking, they make us talk. These flowers can be seen while they are opening and also while posing on somebody’s lap and then they can be seen while evaporating in slow motion. I can then imagine the artist painting them without ever wanting to stop, as she would like to keep for our sight that gesture of having they finished before they close, as if her paint brush could keep them from getting lost. It is in such details; on the canvas, the light, what goes on far enough from the bodies, that I see how these women do not exclude men but instead they propose a new conciliation that transcends gender dualism within the identity of pure humanhood. In the fecund sequence of filiation, in the inscription into a present genealogy of life.

This prologue begins with an evocation of voices and I may conclude finally reaching these omnipresent corporal bodies in Paula Cecchi´s paintings. In every piece of work, there is always something missing from our sight, something that the artists and we will keep searching for in every body: just clues instead of characters, signs, distinctive traces. Probably because that’s the condition of the body, always on the run, never assured, it can be sensed but not identified. I could always be just a part of a larger body that we could name “home” “world”, and such…indeed it could not be but a double of that other tiny and vaporous body that used to be called spirit, breathe, pneuma that would only come out from our mouths when we leave. We only have some indications, hints, traces, remains. And those of Paula Cecchi: precisely dressed and sheathed in pure beauty: art.