PAULA CECCHI

  • Conozco a Marina Curci desde hace algunos años.

     

    Primero como alumna, luego como profesora de nuestro Taller y valiosa ayudante en la pintura que estoy realizando en el lobby de la torre del Bank Boston.

    A lo largo de ese tiempo y en todas las instancias, Marina puso en evidencia su vocación por la pintura y su firme capacidad de trabajo.

    Pero nada de esto sería suficiente sin talento y Marina Curci lo tiene.

    Destacar estos valores, que un “Mercado de Arte” condicionado ignora con demasiada frecuencia, es el objeto de estas exposiciones anuales que realiza nuestro Taller.

    Durante los años en que trabajé en la pintura mural de la Torre, Marina, en los momentos libres y gracias a la oportunidad que le dieron en esa Institución, pudo plantar su caballete en un rincón del Piso 25, que en aquel momento estaba destinado a depósito, y concretar esta notable serie de témperas que muestra hoy a consideración del público.

    Desde los espacios vidriados del Piso 25 vio por primera vez la ciudad en 360º. El río, los docks, los depósitos del puerto, la estación Retiro, la plaza San Martín, el Obelisco, conformaron el misterioso panorama que su privilegiada mirada transformó en un canto de grises y de formas.

    A Marina le gusta escalar montañas, le atraen las alturas y los grandes espacios. Sueña, por ejemplo, con los hielos de la Antártida y con largos viajes oceánicos. Los primeros dibujos que vi de ella, cuando la conocí en la Escuela de la Cárcova, eran traducciones en acuarela del cielo de la Capilla Sixtina. Intuyo que secretamente la impulsa un sentimiento religioso, el que tienen los escaladores y los solitarios que se conmueven con el misterio de la naturaleza.

    Viene a mi memoria la carta en que Petrarca relata su ascenso al Mont Ventoux, cerca de Aviñón, en 1336. En esa carta, lo que aparenta ser la descripción de una escalada es en realidad una alegoría: el deseo de alcanzar la cumbre no responde tanto a la resuelta ambición del montañista como a la difícil y dolorosa aspiración del hombre en busca de alturas espirituales.
    Ése es el espíritu que anima nuestro Taller y a Marina Curci.

    Guillermo Roux
    Noviembre de 2004